Tejiendo relatos. «Instinto», por Maritza Julián

Tejiendo relatos. «Instinto», por Maritza Julián

Tabla de contenido

Instinto

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Como comenzar esta historia…

Era una tarde, estaba nublado, oh sí, lo recuerdo perfectamente.
Salía del colegio, nada tan excitante como el olor a tierra mojada. Acababa de llover, yo esperaba sentada en la banca de afuera a mi amiga Julieta. Me distraje viendo las gotas de rocío en las hojas, eran perfectas, precisas, cada vez me sorprendía más la naturaleza, esas hojas eran dignas de uno de esos documentales que salían en la TV. En ese momento pensé en la tarea que nos había dejado la profesora Tania. Yo era mala para Biología, al parecer a ella le gustaba torturarme con el trabajo de la típica maqueta de ADN. La profesora me odiaba, nunca le caí bien. Hasta ahora saco estas conclusiones.

Últimamente me he estado comportando paranoica, todo el mundo me acosaba y estaba al pendiente de cada movimiento mío, pensaba en todo esto cuando escuché una voz a lo lejos:

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-¡Marina! ¿Nos vamos?

Al momento que escuche esto, di un salto del susto. Estaba tan concentrada en las gotas de rocío y mis estados paranoicos que me sorprendió su llamado.

-Oh, Julieta eres tu. Claro. Vámonos.

-Parece que hubieses visto a un fantasma, jaja, solo soy yo. ¿Hoy iremos al parque?

Adoraba ir al parque y más en esas tardes melancólicas por la lluvia. Siempre nos poníamos a escuchar the Beatles en los kioscos, la gente sólo nos veía cantar All you need is love. Nos creían locas. Hoy seria un día aún más especial, era viernes. Ese día siempre conectaban el Internet inalámbrico sin clave, era como el paraíso.
Íbamos de camino al parque de la colonia. Ninguna de las dos hablaba. Yo quería saber por qué el director la había mandado a llamar. “Espero que no sea nada malo” pensaba.

-¿Qué pasó allá en la dirección? –dije al momento en el que nos sentamos en las bancas de los kioscos.

-Tengo la beca. –dijo Julieta llorando de emoción.

-¡Creí que no te la darían! ¡Ya era hora! Pero, ay Julieta, no llores, que nena eres en serio.

-Esta bien, es que ¡la emoción!

-Sólo pon Revolution para celebrar la beca.

Estuvimos unos minutos en silencio admirando la voz de Lennon, luego le pregunté sobre la maqueta de Biología.

-¡En la torre! Aún no lo empiezo. ¿Para cuando es?
-Martes a primera hora.

-Aún no compro los materiales, tendré que hacerlo hoy en la noche. No puedo decepcionar al director, mi historial tiene que estar limpio, mis tareas tienen que ser perfectas, ¿Te quedarás a dormir hoy en mi casa?

-See, ayer le pedí permiso a mi madre. También tengo que terminar la maqueta.

En ese momento recordé las solicitudes en Facebook que nunca acepté. Saque el teléfono de mi bolso y me dispuse a hacerlo. Vi que tenía un mensaje, decía así:

“No escuches las voces fuera de la habitación. Ésta noche, por ningún motivo, salgas de casa!”

No conocía al contacto… El nombre era “Usuario de Facebook” y no tenía imagen. Se me hizo extraño, nunca había bloqueado a nadie, y si a mi me hubiesen bloqueado, ¿para que me alertarían de ese suceso? Simplemente lo ignoré, ya no quería más paranoia en mi cabeza.
Me puse a hablar con mi novio Fernando. Era un buen tipo, sólo que era de otro país… Él y yo pasamos horas hablando hasta las 7:00 cuando ya iban a apagar el módem. Me despedí de él.
Julieta y yo decidimos quedarnos hasta que se volviera a reproducir el playlist, faltaban sólo 4 canciones para terminar, Good Night, Nowhere man, With a little help form my friends y mi favorita de ellos, A day in the life. Tal vez me gustaba esa canción por lo último, un poco escalofriante, un silencio, luego un chillido y Paul cantando al revés.
Ya oscurecía, no queríamos que fuera muy tarde para no correr riesgo y estar seguras en casa. Ahora siento que en ningún lado me puedo sentir segura.

Para ir de camino a casa, pusimos la canciòn que más me gustaba en toda la historia del rock When you came into my life – Scorpions. Con tan sólo escucharla me motivaba a hacer cualquier cosa.
Sonó Led Zeppelin cuando llegamos a casa.
La madre de Julieta era enfermera y hoy le tocaba el turno de la noche, se veía un poco cansada por todo el día hacer las labores de la casa, su esposo salía por las noches a conseguir trabajo, eran buenos conmigo al dejarme quedarme en su casa, no querían que Julieta se quedara sola.

-Hija, bueno que llegas, ahí están los materiales para la maqueta. –dijo la madre de Julieta.

-Mamá, no era necesario yo lo iba a ir a comprar. –dijo Julieta.

-Ya sabes que es peligroso, no es bueno andar ahí merodeando de noche, y ya lo sabes.

-Sí, pero, tú tienes que ir a trabajar. ¿Papá ya se fue?

-Sí, de hecho, se acaba de ir, sólo vino a cenar y disparó como rayo. Nena, ya me voy, ahí te encargo que alimentes a Viruta.

Viruta era una pequeña ave canario. Era muy hermosa.

Julieta fue por el botecito de comida. Para llenárselo y ponerlo en su jaula. Le dio agua y le puso música clásica.

Cuando terminó de atender a la avecilla, se tropezó con el pie de la silla. Desde ahí supe que todo andaba mal. Yo era la que me tropezaba, yo era la torpe, siempre creía que el mundo quería verme caer lentamente, con mucho dolor y hacerme sufrir. A mi, simplemente me gustaba caer, porque era divertido el sufrimiento.

Pero Julieta era diferente, ella odiaba tropezarse. Siempre tenía cuidado con cada paso que daba. Pero cuando escuché su cuerpo caer al piso supe que no estaba bien esto.

La ayudé a levantarse. No tenía rasguños, ni moretones, no cortadas. Sólo, le dolía. Yo le dije que se le pasaría el dolor rápido. Aunque sus quejas y ella tirada en el piso me causaron mucha risa. Después de aquella extraña caída, todo se volvió extraño. Las llaves del cuarto de Julieta no aparecían por ningún lado y cuando las encontramos (Misteriosamente en la ducha del baño), simplemente, la puerta no quería abrir.

Algo me decía que sería una mala noche y recordé ese mensaje del que hablaba sobre no salir ni hacer caso a esas voces. Mi paranoia volvía, me sentía tan insegura, tenía que estar alerta a cada sonido, cada movimiento, cada vibra extraña que esa casa transmitiese.
De repente, después de tanto esfuerzo, la puerta abrió.
Yo no confiaba en lo que había de tras de esa puerta. ¿Qué bestias infernales se hubiesen ocultado en el inocente cuarto de una chica de 15? ¿Querrían hacernos daño? ¿Qué desean de nosotras si es así? Y lo más importante… ¿Acaso estoy dejando que mi paranoia me lleve lejos? Sencillamente responderme esas preguntas me causaba pánico. Lo único que quería hacer es terminar esa  horrible maqueta, olvidarme por lo menos unos segundos de mi paranoia y dormir tranquilamente para esperar el amanecer. Sólo pensar en esto me tranquilizaba.
Julieta estaba normal, no le preocupaba la puerta, creía que era algo normal porque se estaba volviendo vieja. Ella entró primero a la habitación y yo me quedé atrás temerosa de entrar.

-¿Qué haces allí? ¿Por qué no pasas? –dijo Julieta extrañada.

-Lo siento me quedaba pensando en el proyecto de la maqueta. –dije, en ese momento que me animé a pasar.

-Bueno, empecemos ya antes de que amanezca.

-Sí, ¿donde está el pegamento?

-En esa esquina.

Al decir eso las luces empezaron a parpadear.

-Hay mucho viento afuera, es probable que sea eso, aquí la corriente es muy baja y con una sopladita todo se apaga.

Julieta le encontraba la explicación lógica a todo. Me tranquilizaba un poco pero al mismo tiempo mi miedo no se podía desvanecer, era ese mensaje, la alerta, era por eso que estaba así.

-¿Qué tienes Marina? –me preguntó Julieta.

-Nada, es esa paranoia, me pongo un poco nerviosa por las luces.

-¿Qué tal si ponemos música? Empezaremos con Radiohead – Creep.

-Sí, eso me calmará.

Escuchar el ritmo y el sufrimiento del intérprete me hizo calmarme, no sé, pero sólo eso me hace sentir tranquila.

En fin, seguimos con esa maqueta cochina. Me hartaba no poder terminarla. Iba casi por la mitad, los cromosomas estaban puestos, ya estaba terminando de poner los genes.
De repente, se escucha una voz de una niña, ella cantaba. Tenía la voz más dulce pero algo escalofriante. La voz provenía de afuera, pero era muy tarde para que niños estuviesen jugando en la noche.

De pronto, la niña se quedó en silencio. Estaba frente a la ventana. Nos saludó y nos hizo señas para que saliéramos a jugar con ella. Se veía agradable. Yo le sonreí y con la cabeza dije que no, Julieta también le hizo señas para que se fuera a casa a dormir y que era peligroso.
Al instante, volví a recordar el mensaje. Le dije a Julieta que cerrara las ventanas y que no se le ocurriera mirar para afuera.

Ella sólo me hizo caso para calmarme. En realidad, ella creía que estaba al borde de la locura.

Se apagaron las luces y cualquier aparato eléctrico, había un apagón. Las lámparas con baterías no funcionaban y por si fuera poco, a Julieta se le descargaba el celular. Al mío no lo encontraba por ninguna parte. Afuera se escuchó un grito. Julieta quería mirar, pero le dije que no lo hiciera.

-Quieren hacernos salir de la casa con sus miradas y gestos amables para hacernos quien sabe que, de aquí no nos movemos. –dije con desesperación.

Yo temblaba, no había luz, tenía un extremo calor. Sabía que eran ellos, querían que saliéramos de la habitación. Se escuchaban varios murmullos afuera de la casa, como si fuera gente que estaba extrañada por el apagón.

No lograrían engañarme. Mi pánico empezó a subir cuando escuché una voz muy fuerte.

-¡Sal! ¡Tú casa está embrujada!

Yo no dejaba de temblar, Julieta también sintió miedo al escuchar eso. Sólo quería que amaneciera. Sí, la mañana sería mejor. El Sol aleja a todos esos alebrijes de la casa, de eso estaba segura.

Se empezaron a escuchar rugidos, tal vez era mi imaginación.

En realidad, no me importaba morir esa noche, sería paz eterna y descanso. En un momento estaría sufriendo y al otro minuto estaría en la gloria, pero la que me preocupaba era Julieta. Estaría sola y es probable que la torturen, ella odia el dolor.

Sabía que ya casi iba a amanecer. Julieta ya estaba dormida, pero decía cosas en su sueño. Como si presintiera lo que iba a pasar, pero con un miedo que solo yo podía captar cuando hablaba.

-Esto aún no acaba. –dijo en sus pesadillas Julieta.

Al escuchar eso sentí un máximo miedo y me puse a rezar. En realidad yo no creía en él. Pero tenía la esperanza que si el era tan bueno como dicen, estuviese con nosotras sin desampararnos.

Pero entonces, se escuchó un estruendo. Los rugidos se escuchaban más y más fuertes, como si fuera una bestia devorando el cuerpo de un alma solitaria vagando por esa madrugada fría, se escuchaba los salpicones de sangre, podía imaginarme como intestino por intestino, ceso por ceso, tripa por tripa estaría sacando una de las escorias infernales.

Ya estaba amaneciendo, el calor se desvanecía y el sereno cubría toda la colonia. Supe esto porque me atreví a ver que sucedía cuando el sol salía. Todo estaba desierto. Todo estaba tranquilo. Era como si nada hubiese pasado en aquella noche. Se podía respirar el olor a putrefacción aún, pero la mañana y su neblina mágica se llevaban todo el mal.

Julieta tenía una planta en su ventana. Salí un rato y me senté a lado de la pequeña planta que estaba en la entrada.

Me distraje viendo las gotas de rocío en las hojas, eran perfectas, precisas, cada vez me sorprendía más la naturaleza, esas hojas eran dignas de uno de esos documentales que salían en la TV. En ese momento pensé en la tarea que nos había dejado la profesora Tania. Yo era mala para Biología, al parecer a ella le gustaba torturarme con el trabajo de la típica maqueta de ADN. La profesora me odiaba, nunca le caí bien. Hasta ahora saco estas conclusiones. Últimamente me he estado comportando paranoica, todo el mundo me acosaba y estaba al pendiente de cada movimiento mío, pensaba en todo esto cuando escuché una voz a lo lejos:

-¡Marina! ¿Nos vamos?

Al momento que escuche esto, di un salto del susto. Estaba tan concentrada en las gotas de rocío y mis estados paranoicos que me sorprendió su llamado…

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Relato cedido a TEM por Martiza Julián (Todos los derechos reservados por la autora)

Bibliografía ►
El pensante.com (septiembre 18, 2012). Tejiendo relatos. «Instinto», por Maritza Julián. Recuperado de https://elpensante.com/tejiendo-relatos-instinto-por-maritza-julian/