A grandes rasgos, esta imagen resume la teoría del «simio acuático»
Simio terrestre
En la teoría clásica de la evolución del hombre, simios habituados a la vida en las densas selvas de África Central y Oriental comenzaron a sufrir un proceso de deforestación y transformación en sabanas a causa del cambio climático y adaptaron sus hábitos en consecuencia: de allí surgirían varias ramas de homínidos que poco a poco se adaptarían cada vez mejor a la vida en las sabanas planas y de los cuales eventualmente emergería el hombre.
Vimos hace pocos días el artículo relativo a la Hipótesis de la Resistencia, esto es, a la posibilidad de que gran parte de las características fisiológicas que definen al ser humano sean adaptaciones específicas para la resistencia en carreras de larga duración, algo que habría resultado muy útil a los primeros cazadores, que no disponían de armas tan avanzadas. En este artículo veremos una teoría un tanto diferente – posiblemente contradictoria – que le apunta a la posibilidad de que los hombres vengamos no de la tierra, sino del agua.
El hombre del agua
No existe consenso sobre el momento específico en el que el ser humano habría resultado en las aguas: solo se presume que ocurrió en algún momento de los últimos 5 millones de años.
La teoría va así: la destrucción de las selvas y los cambios climáticos que sufrió la Tierra durante los últimos millones de años no habrían forzado a las poblaciones de homínidos a migrar a las sabanas, sino que los habrían acorralado en regiones costeras. Esto tiene sentido: es poco probable que una especie de mono arborícola sea particularmente hábil sobreviviendo en una sabana caracterizada por poderosos depredadores – leones, leopardos, guepardos – mientras que es relativamente factible que sobreviviera en bosques costeros y comenzara a aprender a valérselas en las costas. Una vez allí, si el ambiente era propicio, es apenas natural que comenzara a complementar su dieta con mariscos, peces y crustáceos, pues obtenerlos puede ser sencillo – cuando abundan – y casi necesario en un contexto en el que gran parte del ambiente ha ido cambiando.
Estos “protohumanos”, por llamarlos de alguna manera, pasaron entonces un largo periodo en las aguas en el que se adaptaron progresivamente a las necesidades de un buen nadador. Eventualmente, los ecosistemas acuáticos que los sustentaban terminaron por agotarse o degradarse y tuvieron que retirarse de nuevo a tierra, llevando consigo las características que habían adquirido en su reciente pasado.
¿Qué tiene un buen nadador?
Y es aquí cuando se pone interesante la cosa. El principal argumento de los defensores de la teoría del Simio Acuático es que muchas de las características del ser humano no se pueden explicar si éste no proviene del agua.
Empecemos con la más conocida: la piel. Por razones desconocidas, nuestros antepasados perdieron prácticamente toda su cobertura de vello corporal (excepto en zonas específicas, como el pubis o la cabeza), algo que no resulta del todo natural… sobre todo en una sabana con un sol ardiente. Elaine Morgan – la principal defensora de esta teoría en la actualidad – sostiene que la piel oscura y lisa funciona perfectamente para reducir la fricción en el agua y permitir mejores rendimientos al nadar. Y no solo eso: los vellos crecen hacia abajo, convirtiéndose en importantes aliados a la hora de “fluir” bajo las aguas.
Los bebés humanos tienen un talento innato para nadar y un reflejo que les impide tomar agua
La postura bípeda es otra característica importante: prácticamente todos los simios que abandonaron las selvas y se trasladaron a las sabanas – macacos y mandriles, por ejemplo – adoptaron posturas cuadrúpedas que resultan muy eficientes en la locomoción terrestre y aprovechan las ventajas de la vida arbórea. Los pies y manos largos, en cambio, parecen más útiles – al menos en una etapa más temprana – para nadar que para moverse en tierra.
La laringe humana también resulta particular. Está relativamente “hundida”, pues se ubica en la garganta y no, como en otros primates, en la nariz: esta es una característica común en mamíferos acuáticos que permite mantener mejor la respiración bajo el agua e inhalar con mayor facilidad al llegar a la superficie. Hay que resaltar que la laringe hundida también fue fundamental en el desarrollo del lenguaje.
Los bebés humanos también presentan una característica que bien podría indicar una vida acuática: altos niveles de grasa corporal en relación con los otros primates. Esto, como no, lo compartimos con animales como focas y ballenas, pues resulta en mayores facilidades a la hora de flotar.
Algunos autores consideran que el tamaño de nuestro cerebro se debe también a la vida acuática: luego de los humanos, varios mamíferos marinos tienen los mayores índices de encefalización (es decir, relación cerebro – cuerpo) y se especula que la comida de mar ayudó a brindar las proteínas necesarias para dar este salto.
En este enlace pueden ver un infograma que resume estas características (en inglés).
Este es un escenario más que probable en algún momento del pasado de los seres humanos
Entonces, ¿vienen los humanos del agua?
Responder esta pregunta es muy difícil. Pese a que la teoría es bastante sólida, tiene una falencia fundamental: la ausencia de registros fósiles de homínidos que habitaran en medios acuáticos. Por esta razón, muchos paleontólogos no toman esta teoría en serio y consideran que es demasiado ambiciosa, pues trata de unificar prácticamente todas las características fisiológicas de los seres humanos en una sola causa cuando lo más probable es que surgieran en tiempos diferentes y por motivos diferentes.
Pero es innegable que la gran cantidad de pruebas indica que, al menos en un momento de la historia, todos los antecesores humanos vivían en un ambiente con gran presencia de agua. No es difícil imaginar a un pequeño grupo de homínidos sobreviviendo en una zona costera por varios miles de años, adaptándose a pescar y nadar y luego volviendo a la tierra con sus recién adquiridas habilidades. Si el periodo de tiempo fue lo suficientemente corto para no dejar grandes evidencias fósiles, pero lo suficientemente largo para cambiar algunos detalles de la fisiología, la falta de restos no sería un problema tan grande.
Fuente de imágenes: 1: sites.jmu.edu, 2: youtube.com, 3: channelingerik.com